5/5 Laura F. 9 months ago on Google
Entré
por
primera
vez
en
el
hotel
Puerta
de
Sepúlveda
buscando
un
lugar
tranquilo
donde
tomar
un
café
después
de
una
excursión
otoñal
bajo
álamos
erguidos
y
encendidos
de
amarillo.
El
buen
recuerdo
que
me
quedó
de
la
atención
recibida
me
llevó
a
refugiarme
allí
unas
navidades
en
que
necesitaba
alejarme
de
todo
y
he
mantenido
esa
tradición
desde
entonces,
además
de
otras
estancias
esporádicas
a
lo
largo
del
año.
En
todo
ese
tiempo,
he
admirado
y
admiro
el
tesón
de
una
familia
por
sacar
adelante
un
negocio
construido,
literalmente,
con
las
propias
manos,
desde
las
vigas
de
las
buhardillas
hasta
los
arcos
de
las
puertas
o
la
escalera.
He
comprobado
el
cansancio,
a
veces
el
agobio,
las
dificultades
de
tratar
con
ciertos
clientes
que
exigen
sin
reciprocidad
ninguna
y
las
angustias
que
experimentamos
la
mayoría
de
los
autónomos,
pero
también
la
permanente
amabilidad,
el
orgullo
de
un
trabajo
bien
hecho,
el
sentido
del
humor
y
la
integridad.
En
un
mundo
donde
los
valores
del
corazón
parecen
extraviarse
en
medio
de
la
rapiña
y
el
abuso,
me
encuentro
una
y
otra
vez
en
un
lugar
con
alma.
El
hotel
es
delicioso,
el
servicio
esmerado
y
la
atención
personalizada
(de
verdad).
Pero
confieso
que,
con
esta
reseña,
quería
sobre
todo
rendir
tributo
a
las
personas
que
me
reciben
con
cariño
y
esperan
a
que
les
avise
cuando
regreso
de
mis
paseos:
«Sana
y
salva
en
mi
habitación».
Gracias
por
todo.